Sunday 13 November 2016

Azul borroso

Azul borroso, te veo nítidamente.

Abro los ojos, ya no está. Siento un pinchazo y me atraganta el aire. Ya no está. Los pensamientos suenan con fuerza, presionándome el cerebro, sin distinguir palabras. Ya no está. No está ni siquiera en mi cabeza, el azul borroso se ha ido disipando, dejando paso a la nada.

Azul borroso. Como una pestaña que viaja volando tras ser soplada. Motas de polvo suspendidas en el aire, en la quietud de una tarde de verano. El reflejo de una pompa de jabón en la mirada de un niño. La curva sinuosa de una sonrisa ausente.

Pero ya no está. Una sombra detrás de ti, allá donde vayas te oprime y hostiga. Se esconde en el humo de tu mirada. En la mano que te arroja. En el aleteo furtivo de una nariz poseída por la cólera. Ya no está.

Surge un destello de esa luz que no quiere dejarse ver. Se transforma en un golpe seco que parece conducirte a lo más hondo. Pero ese lugar, sin embargo, no es otro que la cumbre más elevada, el punto más alto y etéreo.

Intento alcanzarlo...


Azul borroso, ¿estás ahí? Las lágrimas de mis ojos impiden mi visión.

Sunday 6 November 2016

La calle de la lluvia

Se encienden las farolas anunciando la noche y la luz ilumina las finas gotas de lluvia.
La calle vacía descansa. Demasiadas historias, problemas, preocupaciones y pensamientos encerrados en nuestras mentes pasan por ella de forma silenciosa. Pero es precisamente ese silencio devastador lo que nos derrumba. Nos inquieta como la última puerta abierta, aquella que no logramos cerrar, pero que tampoco nos atrevemos a cruzar. Nos hace prisioneros de nuestra propia incertidumbre, nos tortura como una llamada que suena incesante y que al descolgar nadie contesta, tan sólo el silencio. La lluvia, en cambio, grita.

Desde su ventana observaba la calle vacía, aunque sus pensamientos atronadores no le permitían escuchar el grito de la lluvia. Ya poco podía hacer. En el fondo sabía que no podía hacer nada, pero trataba de mantener un atisbo de esperanza que tenía más de autoengaño que de optimismo.
Su reflejo en la ventana revelaba un rostro castigado con marcas de angustia, inquietud y noches sin descanso. Al parpadear se asustó cuando sus ojos chocaron contra su propia mirada. Se observó sin reconocerse, sin reconocer esa mirada ofensiva e insultante teñida de culpa.

Sus temblorosas manos apenas aciertan a sacar el reloj de su bolsillo. Su corazón se acelera, un escalofrío recorre su espalda y se desploma contra el suelo. Otra vez las doce. Otra vez ese sonido que le criminaliza. Otra vez esa llamada sonando incesantemente. Al otro lado tan sólo el silencio.