Era uno de los últimos días de verano. El sol en su punto
más alto derretía la carretera y desprendía esa luz que aclaraba los problemas.
Un coche rompe el silencio y la quietud del mediodía. Por la ventanilla asomaba la pierna de una chica
que iba hablando con el chico que conducía.
-Así que ayer tuviste que llevar a tu hermano a la fiesta
esa, ¿no? -dijo ella tocándole el codo.
-Estás sudando -contestó él riéndose.
-Es verano, hace calor.
-Menos mal que ya queda poco para que acabe.
-Las personas que odiáis el verano seguro que arrastráis
algún trauma de la infancia o tenéis un conflicto sin resolver con vuestros
padres –contestó ella sacudiendo la cabeza.
-Claro, habló la equilibrada mental -bromeó él.
-¡Por cierto! Anoche conocí a un psicólogo.
-¿Ah, sí? ¿Le hablaste de tu sueño?
-Sí- respondió ella distraída mirándose en el espejo
retrovisor mientras se probaba unas gafas de sol.
-¿Y? ¿Qué te dijo?
-Nada. Lo estropeó todo diciendo no sé qué de que la
psicología moderna ha demostrado que los sueños no tienen significado.
-Vaya… Rompió la magia, ¿no? -dijo él con tono de decepción.
-Totalmente.
-Oye, loca, baja ya la pierna de ahí.
-Me gusta sentir la brisilla en el pie, me hace cosquillas.
-Puedo poner el aire acondicionado.
-No es lo mismo, no compares.
-Eres una temeraria.
-Y tú un soso -dijo ella bajando la pierna y mirándole
fijamente con una sonrisa maliciosa-. Tengo
una idea. ¿Jugamos a un juego?
-Miedo me das con esa cara. A ver.
-Vale. El juego consiste en decir dos cosas de nosotros
mismos que el otro no sepa. Pero una de ellas tiene que ser mentira,
¿entiendes?
-Mmm… Vale, ¿quién empieza? –preguntó él.
-Venga, empiezo yo. Uno, de pequeña salí en una peli, y dos,
gané un concurso de malabares.
-Seguro que la primera es mentira porque si hubieras salido
en cualquier peli te hubieras hecho famosa.
-Pues no, no tengo ni idea de malabares -contestó ella entre
risas.
-¡Venga ya! ¿En qué peli saliste?
-Se llama Nada en la
nevera.
-Ni idea.
-Pues ahora tendrás que verla. ¡Venga, te toca!
-A ver, déjame pensar -respondió él entrecerrando los ojos-.
Vale, ya lo tengo. La primera, hace seis años me rompí un brazo jugando al
fútbol, y la segunda, que me han picado no una, sino dos abejas ahí abajo- dijo
señalándose la entrepierna. Ella soltó una carcajada.
-Dios, si es verdad la segunda me muero.
-Pues no te rías tanto porque es la verdadera- respondió él
sumándose a sus carcajadas.
Continuaron el juego contándose anécdotas, unas inventadas,
otras increíblemente ciertas, hasta que llegó la última ronda.
-Vale, ahora para acabar -dijo ella-, vamos a decir una sola
cosa, pero no vamos a revelar nunca si era verdadera. Nos quedaremos para
siempre con la duda. ¿La tienes ya?
-Sí. La mía es que me moría de ganas de hacer este viaje
contigo- dijo él intentando leer su pensamiento mirándola de reojo.
-Oh… -ella le devolvió la mirada con dulzura-. La mía es que
te he estado mintiendo todo este rato -confesó riendo.
-¿Qué? ¡Qué tramposa! ¿Así que no has salido en esa peli?
¡La iba a ver por ti!
-Nunca sabrás qué era verdad y qué no –respondió ella con su
sonrisa permanente.
En el fondo, eso era lo que más le gustaba de ella. Cualquier
cosa que contaba la hacía suya, aunque fuera la mentira más poco creíble de la
historia.
-Me encanta esta hora del día –dijo ella haciéndose una
coleta-. Podríamos estar en otro lugar completamente diferente y habría la
misma luz. Me recuerda al verano que crucé el desierto de Utah.
Él la miró y pensó que aquel juego nunca había terminado
para ella.