Sunday 6 November 2016

La calle de la lluvia

Se encienden las farolas anunciando la noche y la luz ilumina las finas gotas de lluvia.
La calle vacía descansa. Demasiadas historias, problemas, preocupaciones y pensamientos encerrados en nuestras mentes pasan por ella de forma silenciosa. Pero es precisamente ese silencio devastador lo que nos derrumba. Nos inquieta como la última puerta abierta, aquella que no logramos cerrar, pero que tampoco nos atrevemos a cruzar. Nos hace prisioneros de nuestra propia incertidumbre, nos tortura como una llamada que suena incesante y que al descolgar nadie contesta, tan sólo el silencio. La lluvia, en cambio, grita.

Desde su ventana observaba la calle vacía, aunque sus pensamientos atronadores no le permitían escuchar el grito de la lluvia. Ya poco podía hacer. En el fondo sabía que no podía hacer nada, pero trataba de mantener un atisbo de esperanza que tenía más de autoengaño que de optimismo.
Su reflejo en la ventana revelaba un rostro castigado con marcas de angustia, inquietud y noches sin descanso. Al parpadear se asustó cuando sus ojos chocaron contra su propia mirada. Se observó sin reconocerse, sin reconocer esa mirada ofensiva e insultante teñida de culpa.

Sus temblorosas manos apenas aciertan a sacar el reloj de su bolsillo. Su corazón se acelera, un escalofrío recorre su espalda y se desploma contra el suelo. Otra vez las doce. Otra vez ese sonido que le criminaliza. Otra vez esa llamada sonando incesantemente. Al otro lado tan sólo el silencio. 

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