Cruzó las puertas del cine jadeando y relajó los hombros
aliviada al mirar la hora en su reloj. Llegaba a tiempo para ver la película
que quería. Se dirigió a la oscura taquilla, que parecía cerrada. Nadie. “Aquí”
oyó decir tras ella. Las dos chicas del puesto de palomitas parecían indicarle
que las entradas se vendían allí.
-Una entrada para Bifurcaciones, por favor.
-¿Para la sesión de ahora, no?- dijo una de las chicas-
¿Sólo una me has dicho?- volvió a preguntar.
-Sí, sólo una.
Buscó la sala de la película con la mirada. Ahí estaba, la
primera sala de todas. Al entrar vio que aún estaban poniendo anuncios. La sala
estaba completamente vacía. Nadie. Miró la entrada para comprobar su asiento y
rio para sí cuando se dio cuenta de la estupidez que acababa de hacer. “Si no
hay nadie, qué más da”. Decidió ponerse en las butacas del centro y sintió un
enorme vacío al observar la solitaria sala desde su asiento. “¿Acaso hay algo
más melancólico que un cine completamente vacío una tarde de verano?”. Pensó
que esas cosas sólo pasaban en los libros. Una no va al cine en Madrid y se
encuentra sola en la sala. Siempre está la familia ruidosa a la que poner una
falsa cara de amabilidad, la pareja que comparte la caja de palomitas, el señor
mayor que hace ruido con los envoltorios de los caramelos… Nadie la creería
cuando lo contase, pensó. Nadie.
Se apagaron las luces y la sala quedó en la más negra
oscuridad. Se imaginó que podría haber perfectamente un asesino detrás de ella
apuntándola con su pistola y no habría quien lo impidiera. Pero eso sería tener
demasiada compañía. Se acordó de aquello que leyó en algún sitio sobre que
hay personas que nacen para estar solas, como quien nace ciego o sordo. Por
un momento deseó que realmente hubiera un asesino en esa sala vacía con ella.
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